5 de agosto de 2016

Cuento: Dos en un burro (El conde Lucanor)

“Un buen hombre tenía un hijo que, aunque joven, era muy inteligente. Cada vez que el padre se disponía a hacer algo, el hijo le decía: “Eso que queréis hacer puede saliros mal”, pues ya se sabe en la vida, pocas son las cosas que no presentan alguna dificultad.
El padre salía así muy perjudicado, pues su hijo lo apartaba de hacer muchas cosas que le convenían. Y es que, cuanto más despiertos son los muchachos, más fácil les resulta equivocarse, pues tienen iniciativa para emprender las cosa pero les falta la experiencia necesaria para rematarlas bien. El caso es que el hombre, tras soportar los errores de su hijo durante largo tiempo, se decidió a corregirle con la siguiente lección:
El hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día, el padre le dijo al muchacho:
- Hoy hay mercado en la ciudad, así que iremos a comprar algunas cosas, y llevaremos al burro para traer la carga.
Así que fueron al mercado. Por el camino, iban los dos a pie, de tal modo que el burro no llevaba carga alguna. Y sucedió que, al poco de salir de su casa, se cruzaron con unos hombres que venían de la ciudad. Charlaron con ellos y , tras despedirse, aquellos vecinos empezaron a murmurar:
- Este hombre y su hijo no saben lo que hacen, pues llevan al burro descargado y ellos van a pie.
Cuando el buen hombre oyó aquello, le preguntó a su hijo:
- ¿Piensas que tienen razón?
- Sí -respondió-, pues, yendo el burro sin carga, no es sensato que nosotros vayamos a pie.
- Pues, si así lo crees -dijo el padre-, sube al burro.
El hijo obedeció, y siguieron su camino.
Un poco más adelante se encontraron a otros dos vecinos. Y, tras despedirse de ellos, aquellos dos hombres empezaron a decir:
- Este vecino nuestro no sabe lo que se hace, pues va a pie, siendo viejo, y en cambio deja que su hijo vaya montado en el burro, a pesar de que el mozo tiene fuerzas bastantes para caminar todo lo que haga falta.
Al oír aquello, el labrador le preguntó a su hijo:
- ¿Crees que esos dos hombres tienen razón?
- Sí, padre- dijo el muchacho.
- Entonces, baja del burro, que me subiré yo.
Al poco rato, toparon con otros dos hombres, que dijeron:
- ¡Menudo disparate! El padre deja que su hijo, que no es más que un chiquillo sin apenas fuerzas, vaya a pie, y en cambio él, que está acostumbrado a soportar las fatigas, va a lomos del burro.
Entonces el labrador le preguntó a su hijo:
- ¿Qué te parece lo que dicen esos hombres?
- Me parece que tienen razón- respondió el mozo.
- Entonces, sube conmigo en el burro y así ninguno de los dos tendrá que ir caminando.
De modo que subieron los dos al burro y siguieron su camino. Y, yendo así, encontraron otros hombres, que comenzaron a decir:
- ¡Cómo pueden ir montados los dos en el burro si la bestia está tan flaca que apenas puede caminar…!
Al oír aquello, el labrador le preguntó a su hijo:
- ¿Qué te parece lo que dicen estos hombres?
- Me parece que tienen razón -respondió.
Entonces el padre se quedó mirando a su hijo y le respondió de esta manera:
- Hijo mío, cuando salimos de casa los dos íbamos a pie y llevábamos el burro descargado, y dijiste que te parecía bien. Después unos hombres murmuraron que era un disparate ir los dos a pie y te mandé a subir en el burro mientras yo iba caminando, y dijiste que eso era lo correcto. Luego encontramos a otros hombres que criticaron lo que hacíamos, y por eso bajaste tú y monté yo, y tú dijiste que eso era lo mejor. Pero más tarde otros murmuraron que no estaba bien que tú fueses a pie, así que te mandé subir conmigo, y tú dijiste de nuevo que estábamos haciendo lo mejor. Y ahora estos nos censuran porque piensan que no está bien cargar tanto al burro, y tú le das la razón. Así que te ruego que me digas qué debemos hacer ahora, pues ya lo hemos probado todo y cada vez nos han dicho que nos equivocábamos.
El hijo se quedó callado, y el padre dijo:
- No creas que todo esto es casualidad, hijo. Y es que jamás harás nada que contente a todo el mundo, pues, aunque obres de la mejor manera posible, nunca faltará alguno que venga a criticarte. Así que haz en cada ocasión lo que te parezca más conveniente sin escuchar lo que te digan los demás, pues, con respecto a las cosas ajenas, la gente siempre habla a tontas y a locas.
Si no dañáis a nadie, haced lo que os convenga,
y que la gente vaya diciendo lo que quiera.”
Libro: El conde Lucanor

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